La música suena
demasiado alta. Pero sólo a ella parece molestarla. Ya está harta
de bailar. Le duelen los pies, está borracha y se siente
horriblemente sola. Y eso, a sus dieciséis años, es un poco triste.
Mira a su alrededor, pero no encuentra a nadie conocido. ¿Dónde
estarían sus amigas? No era justo. Quiere irse a casa. Sus amigas
se han ido sin ella otra vez, y a ella le toca volver sola.
Que les den,
piensa mientras se dirige a alguna de las salidas de esa discoteca.
Va abriendo el camino a empujones, con la esperanza de que la gente
esté demasiado borracha como para darse cuenta. Pero uno de ellos le
devuelve el empujón con fuerza, tanto que hubiera caído al suelo de
no ser porque alguien la sujeta.
-¿Estás
bien? - le pregunta la voz de un chico.
-Sí.
Lo siento, yo... - intenta disculparse, pero se queda sin decir nada.
Quién sabe lo que puede decir estando así.
Se
suelta rápidamente y sale al exterior. Hace algo de frío, aunque le
viene bien para bajarse un poco la borrachera. Camina lo más rápido
que le permiten aquellos tacones. Detrás se oye algunas risas. Se
gira y ve a un chico más o menos de su edad. Tal vez algo mayor. Lo
mira con el ceño fruncido.
-¿Quién
coño eres y qué coño quieres? - le dice lo más borde que puede.
-¿Tan
rápido te olvidas de la gente?
Reconoce
esa voz. ¡Era el chico que la sujetó antes en la discoteca! Pero,
¿qué hace allí?
El
chico se acerca a ella mientras ésta contiene el aliento. Es
guapísimo. Tiene las facciones marcadas, y no puede evitar quedarse
mirando sus labios carnosos, subiendo poco a poco hasta llegar a su
pelo corto. Si intentaba aparentar ser un malote, ese color de pelo
no ayudaba mucho.
-Perdona,
no te vi bien en la discoteca.
-No
me extraña – dice, echándose a reír.
-Muy
gracioso. ¿Por qué me sigues?
-Temía
por tu seguridad – contesta lo más serio que puede, aunque se le
escapa una sonrisilla -. Enserio, tienes muy mala pinta.
-Pues
muy bien – dice, volviendo a caminar. Eso ya lo sabía. ¿Qué se
creía ese listillo?
Sigue
caminando junto a ella, sonriendo. Intenta ir rápido, pero en apenas
unos minutos comienza a marearse. Opta por meterse en un parque
cercano que está completamente vacío. Se sienta en uno de los
bancos y respira hondo.
-¿Estás
bien? - le pregunta por segunda vez esa noche.
-Déjame
en paz, idiota.
-Oye,
no soy ningún idiota. Me llamo Elías. Y estoy vigilándote para que
no te pase naaaada – dice, alargando mucho la última palabra. Se
nota que va algo bebido.
La
chica empieza a tiritar. Elías se da cuenta y le pone su chaqueta de
cuero negro por encima. Huele a humo, a su perfume y a varios
perfumes de mujer.
-Gracias
– murmura. Yo me llamo Marina y, la verdad, no creo que estés aquí
sólo para vigilarme.
-Vaya,
eres más lista de lo que pensaba – bromea -. Bueno, podría
decirte que persigo mis sueños, pero por ser tú te contaré la
verdad.
-Adelante
– dice, cansada.
-Esta
noche he salido con mis amigos, a una de las horribles discotecas de
por aquí. Todos estaban bebidos y algo fumados. Reconozco que yo
también lo estoy un poco – dijo riendo -. Y, antes de darme
cuenta, ya se habían ido todos con alguna chica desesperada a
tirársela en cualquier sitio, por lo que decidí marcharme. Bueno,
eso hasta que la chica más guapa de la discoteca cayó en mis
brazos. Entonces decidí seguirla para ver si tenía alguna
oportunidad.
-¿Entonces
estás aquí porque quieres una noche de sexo?
Elías no puede contener
la risa ante esa pregunta.
-Claro que no, Marina. Yo
no soy como ellos, ni tú como ellas. O eso creo. De momento, me
conformo con esto – dice mientras le aparta el pelo de la cara.
Le acaricia la mejilla y
se acerca hasta que la besa dulcemente. Marina se queda petrificada.
¿Qué se creía ese tío? ¿Por qué besaba tan bien? ¿Por qué no
intentaba pararle?
Esas respuestas no
llegarían hasta unos días más tarde.
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