Mira atentamente la
pantalla del ordenador mientras suspira. Un punto verde y su nombre
en la lista le confirman que está conectado. Ella nunca se atrevería
a hablarle, pero le reconforta de cierta manera verlo ahí.
Desvía la vista hacia el
escritorio. Observa aquel retrato detenidamente, buscando algún
error. Apenas lleva unos meses practicando y siente que lo hace
fatal. Pero no piensa desistir. Algún día será una buena
dibujante. Está convencida de ello. Cierra los ojos y se los frota.
Permanece así un rato, hasta que un ruidito molesto le indica que
alguien le ha hablado. Protesta en voz baja. Odia que la interrumpan
de esa forma.
Cómo no, es Carlos. No
piensa contestar. Lee rápidamente lo que le ha escrito y cierra la
conversación. Pero él sigue escribiendo. ¿Cuándo piensa dejarla
en paz?
Coge otro folio y se
dedica a hacer garabatos sin sentido. También escribe varias letras
de canciones y frases de los libros que se ha leído últimamente.
Cuando se arma de valor, lee y relee la conversación hasta casi
sabérsela de memoria.
Carlos:
Hola...
¿Por qué pasas de
mí? Ya estoy harto de ver cómo nuestra relación no avanza.
Y no entiendo por qué
sigues sin querer hablarme, como tampoco entiendo lo que te llevó a
pensar que no siento nada por ti.
Aunque en el fondo la
culpa es mía. Pensé que lo nuestro duraría para siempre.
Te echo de menos,
Kendra.
Y te sigo queriendo.
Mientras
lo lee por última vez, el chico se desconecta.
Cierra
la pantalla de su ordenador. La tapa es del mismo tono de morado que
su pelo. Tal vez por eso se lo compró. Y también para otras cosas.
Cosas de las que ahora se arrepiente profundamente.
Empieza
a llorar. Lo hace silenciosamente, para que nadie pueda oírle. No
quiere que nadie se entere de la existencia de Carlos.
Se
tumba en la cama, de lado, y empieza a respirar lentamente. Poco a
poco, las lágrimas van terminando, cosa que no hace más que darle
sueño. Pero todavía no quiere dormir, así que se levanta y mira su
rostro en un espejo con forma de estrella que hay colocado en su
habitación. Tiene los ojos hinchados, la nariz roja y el verde de
sus ojos parece haber perdido brillo. No le importa. Esta va a ser la
última vez que llore por Carlos. ¿Cuántas lágrimas ha derramado
ya por él? Prefiere no saberlo. Mira la hora en su reloj de pulsera.
Es bastante tarde, así que sale de su habitación con la esperanza
de que estén todas dormidas. Entra en el baño y se limpia la cara.
Sigue estando fatal, pero no le importa. Esto le sirve para
despejarse un poco.
Una
vez en la cama, coge su manoseado ejemplar de ¡Buenos días,
princesa! Adora ese libro. Se siente feliz leyéndolo, como si su
destino también pudiera cambiar de esa forma. Sueña a menudo con
algo así. Bosteza. Serán algo más de las tres de la madrugada.
Apaga la luz y se mete bajo las mantas.
Ha
sido una noche sin sueños. O al menos, sin ningún sueño que
recordar. Una vez escuchó algo así como que se sueña toda la
noche. Pero ella casi nunca recuerda nada. Tampoco es que tenga
muchas cosas por las que soñar
Se
oyen varios gritos. Kendra sabe a quién pertenecen. Su compañera de
piso había pasado la noche con su novio en su habitación, por lo
que estaba escuchando lo que venía a ser un polvo mañanero casi a
las doce de la mañana.
Resopla.
La verdad es que le da algo de envidia. Y encima Fran es tan bueno
con Audrey...
Aunque
él no es, ni de lejos, el chico por el que se pasa la mayor parte
del día suspirando.
Piensa
que algún día podía pasarle a ella, que nada es imposible, y mucho
menos esto. Tendría un chico que le dijera que la quería. Pero no
se lo cree. Ella no es como los demás, y eso implica que tampoco le
va a pasar nada cotidiano.
Sigue
oyendo gritos así que se viste y sale de su habitación. En la
cocina se encuentra a Mica, su otra compañera de piso. Se está
tomando un café mientras estudia. Ella tan responsable como siempre.
-Buenos
días, Mica.
-¡Buenos
días! ¿Quieres uno? - pregunta alzando la taza. Ella niega con la
cabeza.
-Prefiero
ir a algún sitio a desayunar. No hay quien duerma con este ruido...
-Tienes
razón – dice soltando una risilla nerviosa -. Yo pasaré la tarde
en la biblioteca, por si te aburres. Podríamos ir a algún sitio.
-Sí,
por qué no.
Dicho
esto, prepara algunas cosas y sale a la calle. Hoy prefiere bajar por
las escaleras para poder mover las piernas.
Sigue
con la pequeña esperanza de que su futuro puede cambiar. Aunque, de
momento, no sabe la razón que tiene.